El viernes, cuando la puertas de San Francisco de abrieron como cada mañana, la iglesia resplandecía más que nunca. La Virgen de los Desamparados estaba más cerca que nunca de sus hijos y devotos.
Así de cerca para admirarla, rezarle, pedirle o agradecerle. Lucía sus mejores galas, de manera inédita, y el fondo barroco le esperaba para presidir el altar del convento en el día de su festividad.
Besar su mano el viernes pasado fue más emotivo que nunca en 50 años.
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